Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres. - 1 Corintios 12:13.
Bautizados por un solo Espíritu.
El pensamiento de Dios no es que el creyente permanezca solo. Jesús lo había dicho: “Sobre esta roca (Cristo, el Hijo del Dios viviente) edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Fue necesaria la venida del Espíritu Santo a la tierra en Pentecostés para que por un solo Espíritu todos los rescatados, judíos o griegos, esclavos o libres, fueran bautizados en un cuerpo.
Al comienzo del libro de los Hechos se muestra que todos los primeros creyentes eran judíos. Tiempo después Pedro fue enviado a Cornelio, centurión romano (Hechos 10). Los que habían sido dispersados por la tribulación que sobrevino después del martirio de Esteban, pasaron a Antioquía y anunciaron el Evangelio a los griegos. Los no judíos comenzaron a formar parte de la familia de Dios y recibieron de igual manera el Espíritu Santo (cap. 8).
Por medio de este bautismo espiritual, judíos y gentiles forman un solo cuerpo. “Los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:6). Ambos son reconciliados en un solo cuerpo mediante la cruz; porque por medio de Cristo los unos y los otros tienen entrada por un mismo Espíritu al Padre (Efesios 2:16-18).
Cristo es la cabeza del cuerpo, el jefe (Efesios 1:22; Colosenses 1:18). Los rescatados son los miembros del cuerpo (1 Corintios 12:27; Romanos 12:5). Los miembros se complementan unos a otros y cada uno tiene una función particular.
Diversidad en la unidad.
“De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4-5). Otros pasajes, como 1 Corintios 12 y Efesios 4, subrayan la misma verdad.
De ella Pedro extrae la siguiente conclusión práctica: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10).
Notemos en estos pasajes la diversidad de los dones: todos hemos recibido algún don y somos invitados a utilizarlo los unos para con los otros, conscientes de la gracia de Dios que nos ha sido dada. Pero también es fundamental que uno “piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3), “conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida” (2 Corintios 10:13).
Constituye un peligro, por un complejo de inferioridad (1 Corintios 12:15-17), no aprovechar para el bien de los demás algún don de gracia, o, por el contrario, ejercitarlo creyéndose superior a los demás, diciéndoles o pensando: “No te necesito”. Al contrario, “que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Corintios 12:21-25).