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El Dios invisible

A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. - Juan 1:18.

Seguramente el astronauta Gargarin, quien en 1961 hizo el primer vuelo espacial tripulado, no tenía la intención de confirmar el versículo del encabezamiento cuando dijo que no había visto a Dios en el universo. Pero, sin querer, lo hizo.

Lo visible es un carácter de lo creado, como lo son los ídolos que los seres humanos se hacen. La Biblia da testimonio del verdadero Dios, el Creador del universo, “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16). En su grandeza está infinitamente alejado de toda pequeñez y debilidad del hombre; es tan soberano que el ser humano nunca podrá hacerse una imagen de él como para adueñarse de alguna manera de ella.
Por eso es admirable que ese Dios invisible se haya manifestado al ser humano y le haya dado su “imagen” en la encarnación de Cristo, “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre”, es decir, que está inseparablemente unido a él. La persona del Hijo “es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15).

El pecado, tal como un abismo infinito e infranqueable nos separa de Dios. Sólo él echó el puente que permite al pecador acercarse a Dios por medio de Jesucristo. Éste da testimonio de Dios como el Dios Salvador, quien quiere rescatar al ser humano de la muerte eterna y darle vida eterna. Pero como Dios es justo, debe juzgar la culpa del hombre. Cristo se encargó de ese juicio y se ofreció para soportar la muerte expiatoria en la cruz.