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Lo que Dios juntó...

Al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios... y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. - Marcos 10:6-9.

En respuesta a las preguntas que se le hacen respecto del divorcio, Jesús, como siempre, remite a sus oponentes a sus propias conciencias. Para nuestra instrucción también recuerda el pensamiento inicial de Dios a propósito del matrimonio. Por eso se remonta a la misma creación, antes que el pecado entrara en el mundo.

Según el pensamiento de Dios, los esposos se convierten en una sola alma, una sola carne. Hoy sabemos bien que el matrimonio, si al menos hay matrimonio, fácilmente se lo considera como una asociación revocable, aunque más, no sea para satisfacer los sentidos o un interés material.

Como ese vínculo ha sido formado por Dios, solamente debe ser roto por él, es decir, por la muerte de uno de los cónyuges. El hombre no tiene derecho a separar lo que Dios juntó; el adulterio o el abandono -constituyen, pues, hechos de excepcional gravedad, ultrajes a la voluntad del Creador.

Nuestra responsabilidad y, al mismo tiempo, nuestro privilegio como creyentes, es mantener ese vínculo para la gloria de Dios y con gozo. ¿Por qué no siempre es así? A causa de nuestro terrible egoísmo. Si mostramos la vida de Cristo en nuestro hogar y llevamos el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22), esa unión querida por Dios toma toda sus dimensión y nos llena de agradecimiento hacia aquel que la instituyó.