Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. - Juan 4:11.
En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. - Efesios 5:8.
Dios es amor, Dios es luz. Estos dos aspectos de su gloria no deben confundirse,, uno es tan importante como el otro. Cada uno de ellos se manifiesta en las naciones y las intervenciones del Creador para con el hombre.
El amor de Dios hacia el hombre toma carácter de gracia, porque el estado de pecado de este último hace necesario el despliegue de esta gracia. La luz se muestra en su infinita santidad que rechaza el mal y lo juzga. La cruz de Cristo fue la perfecta manifestación de esos dos aspectos de la gloria de Dios: permitió a Dios salvar al pecador, quitando el pecado que su divina santidad no podía tolerar, todo ello mediante la muerte expiatoria del Redentor.
La nueva vida recibida por la fe y comunicada al creyente por el Espíritu Santo tiene los caracteres de su fuente. Esta vida viene de Dios. Ella ama y así da prueba de su divino origen: “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:7). El amor es, pues, el fruto y la manifestación de la naturaleza divina del creyente.
El otro carácter fundamental de la naturaleza divina, la luz, hace de los redimidos “hijos de luz”, llamados a hacerla brillar en la noche moral de este mundo, por medio de la verdad, la honestidad, el olvido de sí, la pureza... en contraste con la mentira, el fraude, el egoísmo y la inmoralidad (Filipenses 2:15, Romanos 13:12-14).