¿Por qué cuando vine, no hallé a nadie, y cuando llamé, nadie respondió?. Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese. - Isaías 50:2; 59:16.
Si comparezco en juicio, ¿qué aguardo de parte de mis amigos? Que me asistan y me alienten. Todos los discípulos de Jesús le abandonaron y huyeron durante su arresto.
¿Qué espero de un juez, sino que proteja a los inocentes y haga valer sus derechos? Pilato se lavó las manos, se declaró inocente de la sangre del único hombre justo y lo entregó al pueblo para que fuera crucificado.
¿Qué aguardo de un sacerdote, sino que defienda la causa de los débiles y oprimidos, que los consuele y sea su portavoz ante Dios? (Hebreos 5:2). Caifás, el sumo sacerdote de aquel tiempo, incitó al pueblo, que acabó gritando: “Fuera, fuera, crucifícale!”.
Así, todos actuaron lo contrario de lo que debían... salvo ese único Hombre que no sólo se mostró perfecto, sino que soportó todo ese odio con un amor inmutable.
Él era verdaderamente Aquel a quien anunciaron los profetas: la oveja que enmudeció delante de su trasquiladores, el cordero que fue llevado al matadero y que no abrió su boca (Isaías 53:7). Y cuando la abrió fue para pedir a su Padre que perdonara a sus enemigos (Lucas 23:34), para anunciar a un malhechor arrepentido que tendría su lugar en el paraíso ese mismo día (v.43) y para consolar a su madre (Juan 19:26-27). ¡Maravilloso Salvador!.