La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman… Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu. - 1 Corintios 1:18; 2:9-10.
¿Cómo? El Dios eterno, infinito, se hizo un niño vulnerable, luego un modesto carpintero en la persona de Jesús. Sufrió una muerte atroz en la cruz. Luego volvió a la vida. ¿A través de ello, Dios puede declararme justo, por la muerte de su Hijo? ¡Imposible, mi razón se opone!
Sí, porque estas asombrosas afirmaciones justamente revelan a un Dios digno de este nombre. No es un Dios a mi medida, producto de mis ideas. Es un Dios trascendente, cuyos pensamientos superan totalmente lo que puedo concebir. Entonces abandono mi pretensión de hacer de mi razón el supremo juez. Humildemente escucho a Dios. Él habla en la Biblia e incluso presenta pruebas a mi inteligencia: el milagro de la creación, el de la resurrección de Jesucristo y el de muchas profecías cumplidas…
Así mi fe esclarece mi razón. Vuelve a formar mis pensamientos profundos, mis secretas creencias, y transforma todo mi comportamiento afectivo e intelectual. No creo sin comprender, sino que creo para comprender y aceptar los pensamientos de Dios. De esta forma mi inteligencia se activa para descubrir el plan de la gracia de Dios, cuyo centro es Jesucristo. Él es “el primero y el último”, el hombre humillado y el Hijo de Dios a la vez. Su presencia y su amor me iluminan y me consuelan cada día.