Porque él (Cristo) es nuestra paz… Vino y anunció las buenas nuevas de paz. - Efesios 2:14, 17.
El 10 de noviembre de 1998, como ocasión de un voto histórico firmado por todos los premios Nobel de paz vivos en esa fecha, la ONU proclamó que el primer decenio del siglo XXI (2001-2010) sería «el decenio de la paz y de la no violencia para los niños del mundo». Este texto debía ser enseñado en todas las escuelas y fue apoyado por varios grupos religiosos, por los medios de comunicación y por organizaciones no gubernamentales (ONG). Veinte países se comprometieron en esa acción.
Nos alegramos por tal decisión, porque sin duda el siglo XX fue el más sanguinario de nuestra historia. ¿Cómo no desear la paz y la justicia entre los hombres? Pero ¿para qué sirven las buenas resoluciones? Son como paja llevada por el viento bajo las presiones de intereses divergentes. La peor violencia marcó los primeros años de este nuevo siglo.
La guerra tiene su origen en la violencia individual. Hay un parecido entre el mal en la sociedad y el mal en el hombre. La diferencia es que cada ser humano puede obrar en sí mismo, pero sólo puede hacerlo muy débilmente sobre la sociedad. Soy responsable de mí mismo, no puedo basarme en las debilidades de los demás para disculpar el mal que cometo. Pero, ¿cómo cambiar mi propia naturaleza? El Evangelio da la respuesta: ¡Dios puede y quiere cambiar mi corazón! Él purifica el ser interior y la conciencia de aquel que acude a él por medio de Jesucristo. Y todavía más: vuelca su amor en el corazón del creyente y lo hace participar de su propia naturaleza, él, el Dios de paz.