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Unidos a Cristo


Por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. - Romanos 5:17.

El (hombre) interior no obstante se renueva de día en día. - 2 Corintios 4:16.

Para que en todo (Cristo) tenga la preeminencia. - Colosenses 1:18.

En cuanto a nuestra unión como creyente con Cristo, vemos su obra en nosotros.

¿Cuáles fueron las consecuencias de la caída del primer hombre? (Génesis 3). El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte (Romanos 5:12). El pecado separa a los hombres de Dios y a los hombres entre sí; la muerte es la separación del alma y el cuerpo físico; para los que no son salvos, la segunda muerte es la separación eterna de Dios en el lago de fuego (Apocalipsis 20:14). La relación que existía con él antes de la caída quedó interrumpida por el pecado. Pero, por la obra de su Hijo, Dios da en cambio mucho más: no nos restablece el estado anterior, sino que nos une a Cristo.

Merced a nuestra unión con Cristo, él permanece en nosotros y nosotros en él. Esto era un misterio antes de la venida de Cristo (Colosenses 1:26-27), algo oculto, pero ahora, en el tiempo de la gracia, es revelado por el Espíritu.

Nosotros estamos en Cristo ante Dios, tema importante de la epístola a los Efesios; Cristo está en nosotros en este mundo, como lo subraya la epístola a los Colosenses. Captar esto por la fe transforma la vida (Gálatas 2:20).

Romanos 6 nos ofrece lo esencial de esta obra divina en nosotros: Plantados, hechos una misma planta con él (v. 5). Esto implica nuestra muerte con Cristo (v. 6-7) y nuestra resurrección con él (v. 8; ver también Efesios 2:5-6).

El siguiente ejemplo permitirá comprender mejor nuestra unión con Cristo: un árbol frutal silvestre produce frutos de poco valor o no comestibles. Pero si se le cortan las ramas a corta distancia del tronco, y en su lugar se injerta o inserta un corto trozo de las ramas de un árbol cultivado, las ramas así injertadas van a crecer y transformar al árbol silvestre en un árbol productivo que tendrá la naturaleza del injerto.

Se trata de creer que hemos sido unidos a Cristo en su muerte y resurrección. Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (Romanos 6:11). Luego, es preciso demostrar lo que somos en Cristo o, como dice el apóstol, andar en vida nueva (v. 4). Efesios 4:22-24 precisa esta transformación: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos.

Despojaos: el tiempo del verbo en griego indica un momento preciso en el pasado. Nos hemos despojado de lo que éramos por naturaleza, aunque la naturaleza pecadora aún esté en el creyente. La contrapartida es vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad. Vestirse del nuevo hombre también es un hecho cumplido en el momento de nuestra conversión. No se trata de vestirse una y otra vez, pues aquel que está en Cristo ya se ha vestido del nuevo hombre. Por el contrario, ser renovados en el espíritu de vuestra mente es una acción continua. Cada día el entendimiento, la fuente de nuestros pensamientos, necesita ser renovado en la comunión con Dios por la acción de la Palabra, y por la del Espíritu Santo.

La epístola a los Colosenses extrae las consecuencias prácticas de nuestra muerte y resurrección con Cristo: Si habéis muerto con Cristo… ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos… (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)…? (2:20-22). Establecer reglas, leyes y ordenanzas para el hombre que no ha sido regenerado es legalismo.

Pero, si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (3:1-3). Hemos resucitado por la gracia de Dios. A nosotros nos corresponde buscar lo positivo, las cosas de arriba, pensar en ellas, cultivar la vida que tenemos en Cristo.

Ello implica que debemos hacer morir lo terrenal en vosotros (v. 5), es decir, no alimentar los desordenes carnales; también se trata de dejar todas las manifestaciones del carácter natural: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas (v. 8). Para ello necesitamos el poder del Espíritu de Dios. Y a esto le sigue el aspecto positivo: Vestíos… de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia… (v. 12-15), en una palabra, de todo lo que la nueva vida produce. Para hacerlo posible tenemos un potente recurso: La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros (v. 16).

Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3).