
Un tallista de piedras finas trabajaba en su taller en Chicago, USA,
cuando recibió la visita de un agricultor. Éste sacó de su bolsillo una piedra
parecida a una pequeña cereza y se la mostró.
-¿Dónde encontró esto? –preguntó el artesano.
- Mi padre recogió esta piedra en alguna parte de Hungría hace unos
cincuenta años – fue la respuesta- Le pareció linda y la familia la guardó;
luego
la trajimos con nosotros cuando emigramos a los Estados Unidos. Al ver la cara
estupefacta del tallista el campesino dijo:
- Pues, no es un diamante, ¿verdad?.
- ¡Casi! –le respondió el artesano-; es un magnífico rubí que vale una
fortuna.
El padre del Sr. Mikok había trabajado duro para mantener a su familia,
lo que no habría sido necesario si hubiese sabido que poseía un rubí de gran
valor.
Quizás usted también tenga en casa un tesoro que no sabe aprovechar,
quiero decir, una Biblia. Los dichos de Dios son más deseables “que oro, y más
que mucho oro afinado; y dulces más que miel” (Salmo 19:10). El autor del Salmo
119 enumera todas las riquezas que halló en la meditación de la Palabra de Dios.
No lo lea como un libro común. Es el Libro de Dios, escrito por “santos
hombres de Dios (que) hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro
1:21).